Puedo pecar de mal autor a ojos de muchos, que consideran que si no paso la mayor parte de mi tiempo libre leyendo no puedo ser un buen escritor, y, aún menos, si no conozco a todos y cada uno de los libros, novelas, películas, series, adaptaciones teatrales y poemas, si me apuras, que tengan que ver con la temática de mi obra…
Bueno, soy de esos que leyó mucho de joven, era casi lo único que hice durante mi adolescenciay algunos años previos y posteriores. Ahora, sin embargo, por tiempo, nuevas aficiones o el hecho de que gran parte de las horas que antes dedicaba a leer ahora las pongo al servicio de la escritura (no solo redactar, elaborar la historia, atar cabos, investigar si lo necesita, y todo el trabajo posterior), leo menos. Leo poco. Apenas leo, de hecho, según qué época.
Y eso está bien.
No es algo malo porque he encontrado mi estilo, mi forma de expresarme en varios registros, el tipo de historia que me gusta elaborar y contar… Y, en muchas ocasiones, los libros no han sido tan solo un divertimento, si no que los he convertido en herramientas mediante las que lograr eso. Disfruto leyendo, claro que lo hago, pero ya no de la misma forma.
Esto tal vez lo desarrolle en otro artículo en un futuro, porque no es lo que toca, pero creo que es un tema donde hay mucho que explorar.
Vengo a decir esto, porque, después de hablar con lectores y posibles interesados en mi obra en algún evento o encuentro casual, siempre se termina mencionando la inspiración. Y, claro, si es un libro, lo fácil es pensar que lo ha inspirado un libro. Yo también peco de eso, y se aplica a todo. Pero no es tan sencillo.
¿Por qué escribo fantasía?¿Por Tolkien, Lewis y Rowling? No. Ellos han creado mundos e historias que me han hecho amar el género (otro tema que huele a artículo), pero no he copiado, ni trasladado a mis páginas lo que había en las suyas.
Algo así vengo a decir con respecto a la (s) novela (s) de “El Ocaso de los Vivos”. Hasta el momento en que terminé de desarrollar la historia del primer volumen y completé su corrección, lo único que había leído con temática “zombie”, por generalizar y evitar dar más rodeos, eran los comics de “The Walking Dead”, “Los muertos vivientes” en España. Ni siquiera los había llegado a terminar.
Mis influencias vienen por el cine y las series, hasta cierto punto. Antes de entrar en una explicación más larga, diré que son “The Walking Dead”, “Fear The Walking Dead”, “Guerra Mundial Z”, “Bienvenidos a Zombieland”, “Shaun of the Dead” y las dos primeras de George A. Romero (“La noche de los muertos vivientes” y “Dawn of the Dead”, esta última creo que en España se titula “Zombi”).
Digo que hasta cierto punto porque, la premisa de mi historia no es la del zombie porque sí, ni la fiesta de la sangre y las tripas, como pueda ser en otros casos (que no los desmerezco). El muerto viviente que yo presento es, en realidad, una excusa para contar lo que es habitual en lo apocalíptico: la caída del mundo ordinario, la perdida de esa “normalidad”, como ahora nos gusta llamarla, y el cómo la gente de a pie tiene que luchar por recuperar un ápice de humanidad.
Soy consciente de que este puede ser un párrafo que va a sonar más pedante de lo que quiero, pero aún así: desde pequeño he tenido un gran interés por la Historia, en casi todas sus etapas y culturas. Esto me llevó a estudiar durante cuatro años el grado en Arqueología y, en el momento en que escribo estas líneas, hacerlo con los de Geografía e Historia. Algo que me fascina es el movimiento de las sociedades, desde su casi irrastreable origen, en muchos casos, hasta las fusiones, alianzas y reestructuraciones, que por lo general acaban en desastre.
Esto, llevado a un futuro próximo, bien podría haberme sido suficiente y con el pretexto de una guerra, crisis o cualquier otro cliché, arrancar ahí la novela. Pero, por qué no admitirlo, me gustan los zombies. Más que ellos como tal, la idea de lo que representan. (Vaya, otro artículo)
En la actualidad, he visto en películas, series y videojuegos una adaptación aún más grotesca de lo habitual de los zombies, algunos escupen ácido, otros tienen una semi-inteligencia, corren, escalan, usan armas, son más grandes o más pequeños, casi mutantes… Y eso está bien, como casi todo en el infinito campo de la ficción, pero ya sabía qué historia quería contar: la de la humanidad devuelta a un mundo salvaje que olvidamos que existía hace mucho tiempo. No era una historia de zombies.
Entonces recordé las películas de Romero y lo que se había hecho en “The Walking Dead”.
Era exactamente lo que yo buscaba. Una historia que, después del drama inicial y la imagen terrorífica de un humano devorando a otro, tratara temas profundamente humanos, arraigados a nuestra especie y cultura (sin importar cual sea. La cultura, quiero decir). Para esto me serví del clásico “zombie lento”. Me explico:
Pasando de esos nuevos tipos de muertos vivientes que se empiezan a mostrar en los últimos tiempos, los que aparecen en las películas de Romero (especialmente las dos primeras, que son las que realmente me gustan) y en “The Walking Dead”, son los que yo quería. Muertos en vida, sin mucho más. Lentos pero peligrosos, como la misma muerte que representan. Así, tal y como ocurre en las mencionadas, una vez se aprende a lidiar con el problema, casi que se llega a aprender a usar como herramienta para los intereses de unos u otros.
Así llegué a lo que después terminó siendo el muerto viviente, el infectado, el zombie, o como lo quieras llamar, en “El ocaso de los vivos”.
Sí, hay algo de investigación detrás, de la que me serví para darle un “sentido”, salvando las distancias de la ficción, a la aparición de este nuevo virus tan preocupante. Pero no es el objetivo del artículo, así que, como te habrás podido imaginar, será el de otro.
Tal vez trate estos temas por separado y en mayor profundidad en otro momento, pues me parecen verdaderamente interesantes. Al final, forman parte de una mitología muy moderna, que nos hemos ido creando gracias al cine y la televisión, principalmente, y que, aunque no tiene dragones y panteones repletos de dioses de toda clase, sí que abundan los muertos vivientes, vampiros y monstruos varios, frutos de una imaginación desbordante, lista para inquietarnos siempre que nos despistemos.
Gracias por haberme dedicado tu tiempo leyendo estas reflexiones en voz alta, o en tinta digital, y espero que hayas disfrutado de la lectura de “El ocaso de los vivos”. Si no lo has leído aún, pincha aquí para saber qué opciones de lectura tienes.
Siempre a tu disposición en redes o vía mail,
nos leemos pronto,
Juanma.